El Arquero
Escrito por Sergio A. Pomares |
"La luz del sol no me dejaba ver lo que ocurría dentro del campo.
Me cegaba, no me permitía estar al tanto o tener noción de lo que
sucedía. No era común.
Era un domingo a la tarde. Nuestro equipo estaba muy devastado luego de
haber perdido en la última fecha frente al clásico rival. Sabíamos que iba a
ser difícil lo que sucedería, ya que teníamos enfrente al puntero, el equipo más
fuerte, imbatible y poderoso del país; en cada ataque cumplía con su merecido,
era muy efectivo. Tanto, que nunca erraban ni un solo tiro.
Su vestimenta era negra, desde la camiseta hasta las medias pasando por
los pantalones; hasta los botines de ellos eran oscuros.
En relación a los jugadores, eran todos de buen porte, muy parecidos, o
por lo menos lo que distinguía desde mi posición.
El hecho destacado de este partido estaba relacionado con el equipo
rival. No sé si era yo, o si todos veíamos lo mismo: no podía distinguir sus rostros,
y hasta podría decir que eran imposibles de identificar, tanto es así, que para
mí eran todos iguales, en su altura, peso y físico. También tenían el mismo y
único objetivo: ganar. Aunque parece obvio que un equipo trate siempre de ganar,
(porque no se puede salir a empatar o perder, por el solo hecho de la libertad
interior de cada persona a no perder su dignidad) ellos solo tenían esa meta,
su entrenador solo quería obtener victorias, llevarse los tres puntos, que los
jugadores jueguen como si fuese el último partido de sus vidas, que den todo
por el equipo, ya que este era su trabajo y tenían que hacerlo bien. En ese
sentido, parecían una topadora, ya que por lo que habíamos visto, hacían el
trabajo tal cual como se los pedían, no fracasaban y ninguna vez lo hicieron.
El miedo que producían en la gente era inevitable.
Pero ese equipo, no tenía una buena relación interna, a pesar de hacer
todo a la perfección. Se decía que para destruirlo, había que combatirlo de
igual a igual, pero sabiendo que nosotros teníamos algo que ellos no:
sentimiento por la camiseta. Un sentimiento que nos hacia pelear por lo que
queríamos en cualquier lugar y momento, pero nos faltaba la motivación para
cumplir nuestro fin. Y que mejor momento que este: ganar para no desaparecer.
Pero, creo que ya hable demasiado de ellos, un equipo conocido por
todos. Pasare a hablar algo del nuestro.
Veníamos de una derrota, sabíamos que este partido (el ultimo de la
temporada) era muy importante, tanto para ellos y para nosotros. Para ellos
porque si ganaban o empataban saldrían campeones, pero si nosotros no
conseguíamos la victoria, perderíamos la categoría y quedaríamos desafiliados
(es decir, desaparecer.)
Veníamos de mal en peor. No podíamos salir del fondo.
Solo la victoria nos serviría para mantenernos con vida y seguir en el
torneo. Pero... ¿cómo podríamos ganarle a un equipo al que no se le puede
vencer? Fue la pregunta que hicieron algunos de los nuestros antes de salir al
campo. Nuestro director técnico contestó con lo mismo que había dicho durante
la semana: -"Con el sentimiento, la motivación y las ganas de mantener a
este equipo en la categoría, hacerlo para y por la gente que está del otro
lado, la gente detrás del alambrado que siempre nos apoya, que siempre nos
alienta, y que en las malas siempre esta. Vamos muchachos, a unir nuestros
sentimientos y a jugar."
-"Salen los equipos a la cancha" decía la voz del estadio. La
tribuna estaba medio llena, ya que algunos no nos tenían fe, y otros no querían
ver a su equipo perder la categoría: eso era, para los hinchas, como perder a
un familiar, un momento duro. Ellos, dependiendo de los gritos que emitirían
los que fueron al estadio, si algo escuchaban sabrían que seguíamos en carrera,
y si no, una mala noticia.
Ellos para un lado, nosotros para el otro. El árbitro tira la moneda.
Sacaban.
Estábamos bien plantados tácticamente, como nuestro técnico nos dispuso
en los entrenamientos de la semana. Provocamos una tensión en el equipo rival,
positivo para nosotros, ya que descubrimos la manera de contrarrestarlos.
Sabíamos que ellos tenían que ganar y que sus ataques eran muy efectivos. Pero
lo raro en esto es que estaban desconcentrados, como que si hubieran perdido de
un momento a otro su arrasadora manera de jugar.
Pasaban los minutos. Nos replegábamos atrás, y cada vez más. Un gran
error, pero el rival no nos dejaba otra opción.
Necesitábamos aprovechar algún defecto en su estrategia, algo que
nos permitiese penetrar en su defensa. Imposible. Eran una muralla los de esa
línea. Y ni hablar de la parte ofensiva. Rapidísimos. Si los veía pasar era un
milagro.
Nos acercábamos al final del primer tiempo y seguía empatado. No nos servía,
y en la tribuna había desesperación, estaban muy nerviosos y exaltados. Por el momento,
perdíamos la categoría.
El árbitro pitaba el final de la primera parte, y todos a los
vestuarios.
Durante el entretiempo, nuestro director técnico dio una charla desde lo
más profundo de su corazón, parecía que sus palabras venían desde lo más alto y
eran difundidas por ÉL.
Diecisiete minutos pasaron, cuando el asistente del árbitro nos apura
para salir. Teníamos la última chance, había que darlo todo por la institución.
Era la última parte. La etapa final. De vida o muerte. La necesidad de
un gol, por parte de ambos equipos era el fin común de cada uno.
El árbitro pitó. La tribuna seguía alentando, aunque había algún que
otro hincha insultando. Lo que no podría evitarse sentir era el ambiente en el
que se jugaba el encuentro.
El “querer ganar” del equipo rival parecía que era mayor al nuestro,
tanto es así que fueron todos al ataque en una jugada a balón parado. Solo les
quedaba el arquero que se había quedado en su posición. Sabíamos que si
teníamos suerte, podríamos contraatacar y aprovechar la situación.
El tiro libre era ejecutado. La pelota se dirigía a una de las tantas
cabezas que había en el área. Sabíamos que si alguien la rozaba era gol. Pero en
ese momento, cuando la redonda venia bajando hacia la cabeza del delantero oscuramente
vestido, paso algo extraño. La luz del sol encandiló al delantero, lo que
posibilitó que perdieran su chance y que haya una contra.
Nuestro jugador número 8 salió corriendo con ella, por el otro lado venia el 10, a la par. Pasan la mitad de la cancha. Estaban solos frente al arquero rival, quien sale a apretar al “dueño de la bocha”, que lo único que le quedaba era pasársela al 10. Era un momento de mucho sufrimiento. La pelota le llegó, pero veía venir corriendo, como si estuviese en moto, a un defensor de los rivales.
Con la presión de tener que patear la pelota hacia el arco y tener que convertirlo en gol; con la presión del número 2 que lo corría; con la presión de la hinchada que quería que lo metiera: él pateó. La redonda, que estaba situada en el sector izquierdo del campo (casi a 25 metros del arco) tenía destino de red.
Pega en el travesaño, pica detrás de la línea y sale. Lo
festejamos.
Pero el árbitro dijo: -"Siga, siga".
Pero el árbitro dijo: -"Siga, siga".
Esa era “la suerte” que teníamos:
había entrado, el árbitro no lo había cobrado y encima sabíamos que era la última
posibilidad.
Sin embargo, para bien de nosotros, (aunque no sea necesario remarcar
que este bien, ya que el gol fue legítimo) el línea había levantado la bandera.
Ese mismo asistente que había ido al vestuario local a apresurar al equipo.
Parecía que estaba iluminado o que era nuestro "Mesías". Si no
fuese por él, nunca le hubiéramos metido un gol a ese temible equipo.
Con la bandera levantada, señalando que había sido gol, lo llama al
árbitro y le comenta lo sucedido. Lo conceden.
Ellos tenían que sacar de mitad
de cancha, y eso fue algo impresionante ya que solo lo hacían sola vez por
partido (cuando empezaba el primer o segundo tiempo, dependiendo de la moneda
arrojada.)
No lo podían creer, y menos su técnico. En cambio, nosotros no podíamos
ocultar la alegría. Sabíamos que si jugábamos como lo estábamos haciendo,
podríamos ganar. Pero el rival cambió a 2 de sus jugadores, es decir, más aire
y velocidad para la visita.
Nuestro gol fue a los 30 del Segundo tiempo. Quedaban 15 minutos, los más
intensos de mi vida.
El equipo negro atacaba. Un ataque por cada minuto que pasaba. Lo único
que podíamos hacer era reventarla cuando la teníamos, ya que no podíamos
avanzar por la presión que nos ejercían.
En el decimoquinto ataque luego de nuestro gol, consiguen un penal.
Dudoso desde mi punto de vista, pero ya había sido cobrado.
El partido se estaba terminando. El árbitro aclara que esta es la última
jugada del partido. Cuando la pelota se iba afuera terminaba. Si, "si la
pelota se iba".
Eso les daba la posibilidad del rebote, algo también raro, porque
tendría que terminarlo sin que hubiese posibilidad de rebote (si lo hubiera).
El delantero agarra la pelota y la acomoda en el punto de los 11 metros.
Se sabía que era cien por ciento eficaz en ello.
Da unos pasos hacia atrás, la mira y va decidido a meterla adentro del
arco, con arquero y todo. Cada uno de esos pasos me parecían una estampida.
Lo ejecuta. Ella es tocada por su pie a una velocidad increíble y rebota
en las palmas del arquero, que queda tirado, indefenso, dejando el rebote para
que el rival la metiera.
Pero él parece que “siente una voz del más allá”, era algo inexplicable,
y que parecía que le pedía que se levante de donde estaba (muy cercano al palo
derecho) y tape esa pelota.
En el rebote, el delantero parecía que había duplicado esa potencia de
disparo.
Pero el fortísimo remate (luego del rebote) pega en la cabeza del
arquero, quien luego se golpea, duro y fuerte, contra el palo del arco. Algo lo
había “iluminado” para que salvase a su equipo.
Cuando abre los ojos, lo primero que pregunta es: -"¿Ganamos, no?
No lo pudieron meter, ¿no?”
Él estaba feliz, el equipo se había
salvado y le pudieron ganar al más poderoso de la liga.
Esa era la historia que marcó mi vida.
Me entere de ella muy chico, y me habían dicho que ese arquero era mi viejo.
Me la dijeron de una manera “muy
particular”.
Yo tenía 8 años cuando ocurrió esto.
¿Había sido cierto ese partido? ¿Mi viejo fue el arquero que salvó al equipo de
la desafiliación? ¿Porque ellos eran tan buenos como decían? Eran las preguntas
que se me ocurrían en ese entonces.
Pero, mi padre recién me contó esta
historia 10 años después, cuando estábamos en el estadio mirando un partido,
detrás de ese famoso arco donde se “pateó” el penal. Aprovecho mi adultez y
madurez para hacerlo, ya que pude entenderla y relacionar con datos, de lo que
pasó realmente y con lo que me contó y contaron:
Fue una lucha de él contra la muerte
(el equipo de negro), que transcurría en el estadio (el hospital), donde él era
el arquero del equipo local que estaba muy debilitado, sufriendo hasta las últimas
consecuencias (enfermo); en la que Dios lo iluminó, lo ayudó (personificado en
el técnico, el juez de línea, la luz del sol, y la voz del más allá) para que
siguiera con vida, y pudiera ganarle a ese equipo poderoso , peleándole a la
muerte cara a cara. Esa luz que le cegaba (la luz del sol) era la de la sala de
operaciones.
Lo anterior había sido una advertencia,
pero parece que no se lo tomó enserio en su momento, ya que lamentablemente, en
el próximo "partido", (aproximadamente 20 años después) mi padre
fallece por un cáncer de pulmón. Nunca pude superar su muerte.
-Fin-
Tape la lapicera y deje las hojas
arriba del escritorio.
Era una tarde hermosa. Jugaba mi
equipo contra el más poderoso del torneo. Me ubique en la tribuna. Agarré
un cigarrillo y lo prendí.
La luz del sol no me dejaba ver lo que
ocurría dentro del campo.
Era ella la que me “cegaba”. Pero era
diferente, era muy llamativa para mi gusto, era muy blanca. ¿Habrá sido la
misma luz que me menciono mi padre?
El partido, ya se estaba jugando.
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Escrito por Sergio A. Pomares